Wikileaks gotea

Wikileaks filtra en estos momentos a la red más de 250.000 documentos internos del Departamento de Estado de Estados Unidos en un lento proceso que, de continuar al ritmo actual, se demorará aun varios días en terminar y que, no obstante, ya ha desatado una gran polvareda mediática a través de las primeras planas de un conjunto seleccionado de medios de comunicación que han tenido acceso al dossier.

Es indudable el valor informativo que tiene la documentación desvelada, la mirada interna y el posterior análisis de los entresijos más ocultos de la maquinaria diplomática de Estados Unidos, un país que tiene algo que decir y actúa en todos los asuntos de la agenda internacional. Se trata de una filtración que nos va a permitir corroborar y someter a escrutino público algunas sospechas sobre determinadas prácticas reprochables de las que ya se tenía algún conocimiento, cuando no descubrir otras nuevas. Ahora bien, siendo esto cierto, no son pocas las dudas que, al mismo tiempo, plantea sobre la conveniencia de desvelar un material de estas características.

En primer lugar, suscita dudas acerca de cuál es su contribución a la seguridad, la propia tanto de los Estados Unidos como la de sus aliados, al arrojar luz sobre cuestiones que en la mayoría de las veces son mejor tratadas de una manera discreta, lo que no significa necesariamente ilegal.

En segundo lugar, evidencia de manera muy directa la tensión que existe entre la declaraciones públicas de los grandes dirigentes políticos y el necesario pragmatismo con el que se realizan muchas de las gestiones. Y nuevamente, pragmatismo no tiene que significar necesariamente ilegal.

En tercer lugar, la filtración de alguna manera amenaza la necesaria confianza que ha de existir en el marco de las relaciones diplomáticas. Estas se tejen tanto por lo que se dice como por lo que no se dice entre los representantes de los Estados durante las innumerables intercambios de opiniones y reuniones que se celebran cada día. Se trata de un método de trabajo aceptado por todas las partes pues, no se olvide, la diplomacia tiene tanto de cooperación como de negociación. Sin embargo, la gran mayoría de los documentos que Wikileaks saca a la luz inciden precisamente sobre aquella parte del método que bien por prudencia, bien por estrategia o bien por ser material intermedio de trabajo, se decide mantener en un ámbito reservado, de consumo interno lo que, otra vez, no quiere decir necesariamente ilegal.

Por poner un ejemplo, uno puede cuestionar en qué medida resulta constructivo para el diálogo con Rusia el hecho de que salgan a la luz las observaciones como las que el Secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, le dirigió a su homólogo francés, Herve Morin, y en las que afirmaba que “la democracia rusa ha desaparecido y el gobierno era una oligarquía dirigida por los servicios de seguridad” (Cable 10PARIS170, párrafo 20). Tales revelaciones pueden ser interesantes desde un punto de vista periodístico, pero no de inteligencia ya que las tendencias de la política rusa son conocidas por todos. Así, salvo que tales informaciones sean explicadas o presentada a la opinión pública en un marco ámplio, pueden resultar contradictorios con el hecho de que al mismo tiempo se avance con Rusia en espacios de seguridad común como ha sido el reconocerle como socio preferente de la OTAN durante la pasada Cumbre de Lisboa 2010.

Una sociedad informada es la base de una democracia sana y eso es algo que hoy es más necesario tener presente que nunca. Sin embargo, si se renuncia al anális riguroso y amplio, si se instrumentaliza el uso de la documentación ahora disponible, si sólo se extraen titulares que resaltan lo anecdótico pero no entran en la cuestión de fondo, las acciones de Wikileaks nos pueden alejar más de lo que nos acercan a ese objetivo y con ello, añadir un grado más de desconfianza a una realidad del siglo XXI que ya de por si se caracteriza por la turbulencia y la incertidumbre.

Lecturas:

Moisés Naím, Wikileaks: el consenso equivocado.

Pere Vilanova, Diplomacia internacional y Wikileaks: ¿un antes y un después?

Javier I. García González, Wikileaks y la seguridad internacional